viernes, 11 de marzo de 2011

El Avivamiento Irlandés 1858 - 1859












Cuatro jóvenes irlandeses sintieron en sus corazones una carga por la salvación de las almas. Creyeron en el poder de la oración y se reunieron para orar por un avivamiento. La historia de Jorge
Müller quien por medio de la oración sostuvo su gran orfanatorio en Bristol, Inglaterra, avivó la fe de los jóvenes. Comenzaron a creer que Dios también haría grandes cosas como respuesta a sus oraciones.

Otras personas que anhelaban ver un avivamiento se reunieron con este grupo. Luego vieron algunas conversiones definitivas como contestación a su intercesión. Enseguida les llegaron las noticias del gran avivamiento en los Estados Unidos bajo el ministerio de Carlos Finney. Oyeron también que en Nueva York un gran número de hombres de negocio se reunía diariamente para orar y como Jacob, clamaron: “No te dejaré si no me bendices” y creyeron la palabra de Dios en Mateo 18:19: “Si dos de vosotros se pusieran de acuerdo en la tierra acerca de cualquier cosa que pidieran, les será hecho por mi Padre que está en los cielos”.

Cultos de oración se multiplicaron y hubo conversiones cada día. El avivamiento era como un fuego en el bosque, que es pequeño en el principio pero luego se convierte en un grande incendio que se riega por todos lados. El avivamiento comenzó en Conner y su vecindario en el año 1858. Durante el año 1859, las llamas se regaron por Antrim, Downs, Derry, Tyrone y otros condados del Ulster. De este año se recuerda como “el año glorioso de la gracia”.

Al paso que el avivamiento se adelantaba, ardía con ardor intenso. En Conner las conversiones eran del tipo calmado, pero en Ahoghill, Ballymena y otros lugares la gente pecadora caía botada en el suelo bajo sus cargas aplastadoras e inaguantables, quedándose a veces postradas durante algunos días. Algunos de repente se sintieron como traspasados por espada afilada, y sus gritos de dolor se oían hasta en la calle y en los campos. Un campesino regresando del mercado en Ballymena estaba pensando en las compras del día. Se detuvo en el camino para contar su dinero.
De repente una presencia asombrosa le rodeó. Sus únicos pensamientos eran de su estado pecaminoso. Se sintió como si estuviera parado al borde del mismo infierno. Botó su dinero y él mismo se cayó en el polvo del camino y a gritos, pidió misericordia.

En Coleraine hubo una maravillosa obra entre los niños. La bendición había llegado al pueblo y una mañana el maestro de la escuela se fijo en que un niño no pudo poner atención en sus lecciones. Bondadosamente dio permiso para que un joven más grande que había encontrado paz con Dios, condujera al muchacho a su casa. Yendose por el camino, pasaron por una casa desocupada y dispusieron entrar en ella para orar. Al arrodillarse, la carga dolorosa se le quitó del corazón del niño. Se puso de pie en arrebato de gozo. Juntos regresaron a la escuela. El niño ya perdonado y rebosando de alegría, corriendo, se le acercó al maestro y con rostro resplandeciente exclamó: “¡Estoy muy feliz! ¡Tengo al Señor Jesús en mi corazón!” El efecto de sus palabras sencillas, era muy grande. Uno tras otro, muchos de los alumnos se levantaron y salieron del aula. El maestro salió detrás de ellos y los encontró arrodillados al pie del muro que rodeaba el campo de juego. Pronto sus oraciones silenciosas prorrumpieron en gritos agonizantes. Los pocos alumnos que habían quedado en la clase, oyeron sus oraciones y por medio de ellas, Dios tocó fuertemente sus corazones. Cayeron de rodillas y comenzaron a orar. Las niñas en el segundo nivel al oír sus gritos, cayeron de rodillas también y sus clamores se oyeron hasta en la calle.



















Vecinos
y peatones acudieron a la escuela y al no más cruzar el umbral de la puerta, fueron golpeados por fortísima convicción. Cada aula de la escuela se llenó con hombres y mujeres que buscaban a Dios. Mandaron a llamar a los pastores de las iglesias, quienes durante el día entero orientaron a los buscadores. La escuela se convirtió en “la casa de Dios” y “la mera puerta de los cielos”.

Le agradó a Dios usar de manera maravillosa el testimonio sencillo de los cuatro jóvenes de Conner. Por su medio el avivamiento llegó a Belfast. De repente los pastores que habían trabajado vanamente durante años, se hallaron rodeados por almas atormentadas por sus pecados, clamando por la Palabra.

El despertar que resultó, era sobresaliente. Era el más grande que Irlanda había visto durante muchas generaciones. Visitas llegaron de muchos países para ver el avivamiento. Las iglesias se llenaron y rebosaron. Los corazones de los pastores cantaron por gozo al ver que los pecadores agonizando por el estado triste de sus almas, prorrumpían en alegría estática al encontrar perdón y paz y enseguida salían con rostro resplandeciente a contar las buenas nuevas a los demás.

Como cosa frecuente de los grandes avivamientos, los nuevos convertidos llevaron el fuego a otros pueblos y ciudades. Un pastor de Coleraine cuenta como llegó el avivamiento a su pueblo. Se había anunciado un culto al aire libre en la plaza de Fairhill. Dos de los nuevos convertidos de un lugar a ocho o diez millas al sur, iban a dar sus testimonios. Era una hermosa tarde. Ni una nube oscurecía el cielo.

Poco después de las siete, grandes multitudes del pueblo y del campo venían de todos lados y llenaban la plaza, apretándose alrededor de la plataforma para poder escuchar los testimonios. Después de cantar y orar, un joven y un hombre de edad mediana, dieron mensajes cortos en que contaron detalladamente su propio despertamiento y exhortaron a los pecadores a rendirse a Cristo. A la media hora se dieron cuenta de que ni la mitad de la grande concurrencia podía oír las voces de los mensajeros. Se dispuso dividir a la multitud en grupos pequeños para que los ministros del Señor presentes pudieran predicarles. Así se formaron tres o cuatro congregaciones. La atención de los oyentes era sobresaliente a pesar de que los predicadores después contaron que sus mensajes habían sido muy sencillos. Casi al momento en que el último predicador finalizó su mensaje, se oyó un grito del grupo al lado de la plaza. Pasados unos diez minutos, gritos iguales salieron de cada uno de los grupos.

Las multitudes se asombraron al ver personas postradas en el suelo o sostenidas en los brazos de amigos y familiares, pidiendo en voz alta misericordia de parte de Dios. Un pastor en su esfuerzo de calmar a un pobre joven le preguntó: “¿Por que lloras?” La respuesta era una gran voz que decía: “¡Mis pecados! ¡Mis pecados! Señor Jesús, ten piedad de mi pobre alma. ¡Oh, Jesús, ven!” La misma cosa resultó por todos lados. Ningún consuelo hubo para los afligidos hasta sentir que Dios les había perdonado.


El avivamiento que brotó en la plaza, luego se regó a las casas, y durante toda la noche los pastores fueron llamados de casa en casa para orar con las pobres gentes. El nuevo amanecer halló a los ministros todavía trabajando con las almas.

Uno que estuvo en el avivamiento de Ballymena, contó que el despertar principió a principios de verano, cuando en Irlanda el anochecer era muy tarde y el amanecer era muy temprano. Muchas veces la gente amanecía en cultos que se habían prolongado toda la noche. Las iglesias se llenaron de gente y casi todas las familias de pueblo celebraban sus propios cultos familiares. Una parte de la hora del almuerzo generalmente se pasó en cantos, alabanzas y oraciones que se oían por todos lados. Miles de tratados fueron repartidos y fueron recibidos y leídos con gusto por la gente hambrienta de saber las cosas de Dios. Biblias que habían sido abandonadas por mucho tiempo, fueron sacadas y fueron leídas con gran hambre.

Cuando brotó el gran avivamiento hombres mundanos y perversos se enmudecieron con gran temor. Los cristianos fueron conmovidos con alegre comprensión de que por fin el gran avivamiento había llegado. Hombres descuidados y despreocupados, se arrodillaron y lloraron como niños. Borrachos y blasfemadores se volvieron sobrios y serios. Maestros de la escuela dominical y profesores de los colegios y universidades junto buscaron a Dios; creyentes fríos y tibios fueron movidos a fervor. Pastores que por largo tiempo habían trabajado con corazones pesados y cargados por la indiferencia de la gente, se encontraron rodeados por multitudes que buscaban a Dios. No fueron capaces de atender las innumerables invitaciones, súplicas y solicitudes que llegaron de parte de las almas que pedían sus oraciones y consejos.

Después de tiempos de sentirse convencidos por razón de sus pecados, los pecadores se echaron a los pies del Salvador, recibieron perdón y se volvieron instrumentos en buscar a otros y conducirles a Cristo.

El avivamiento no era simplemente un tiempo de grande emoción. La obra del Espíritu era profunda y duradera. El Reverendo Juan Stuart contó lo siguiente acerca de la obra del avivamiento en un lugar no muy lejos de Coleraine: “Jamás se ha visto un verano como el que acaba de pasar; jamás un otoño; y nunca un invierno como este que acabamos de vivir. Centenas de almas han sido convertidas a Dios; algunos fueron postrados por el Espíritu que les sobrevino como ‘ un viento recio que soplaba’; otros fueron convencidos y convertidos mientras que el Espíritu les hablaba en ‘silbo apacible y delicado’.”

“El primer efecto del avivamiento era un ‘temor que lleno a todos’. Enseguida todas las iglesias se llenaron hasta la asfixia y tuvimos que salir al campo libre para declarar el mensaje de misericordia a las multitudes de los hambrientos y sedientos.”

“Bancas en las iglesias, antes vacías, se llenaron y los pasillos no alcanzaron para la gente de a pie. Gran trabajo pastoral me tocó. Las almas llegaron a las iglesias solamente para lograr algo del pan de vida. Los domingos eran días de dulce refrigerio y todas las noches entre la semana ‘los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó’ y ‘el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos’. De los que fueron convertidos en mi pueblecito – aproximadamente doscientos en total – no conozco ni a uno que se volvió atrás”.